Para no equivocarse en Madrid

¿Un vino que caliente la entrepierna?

EDITORIALES -TENDENCIAS-, LA BOCA MAGAZINE, TAPAS DE LETRAS











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  Está decidido, voy a donar el cuerpo a la ciencia. Eso sí, gastronómica claro. Pero nada de para la posteridad. Para el duro presente. Para el avance imparable de la “ciencia” gastronómica. Para aportar mi modestísimo grano de arena a la cosa gastronómica. Aunque sea solo por una vez, claro. No sea que me coja unos episodios nacionales que me lleven de la taza al cielo. Decidido, como los investigadores científicos de otro tiempo, a probar en mi propio cuerpo los efectos brutales de recetas únicas que la historia nos ha legado gratuitamente. ¡Y que nadie las hace caso! Como si fuese “wall paper”, que dirían los ingleses. ¿Y todo esto por qué? Porque uno es un descreído. Mi sobrio carácter castellano, me impide asociar mundos oníricos a ingredientes que supuestamente calientan la entrepierna. Recetas que aderezan la neurona, hinchan la vena y reducen la distancia entre la mesa y la cama, o incluso la misma mesa, puestos a que la velada sea gastronómicamente completa. No creo en pócimas, ungüentos, ni elixires salidos de una sartén, que quieren que les diga. La cocina erótica o afrodisíaca, comienza cuando la cocina de verdad acaba. Lo único que tiene que estar para comérsela o comérsele, el individuo de enfrente. Bueno, y para ser honestos, porque estas recetas son una insulsa estupidez que no hacen más que llenar páginas de libros. Nadie las prueba. Toda una vida cocinando con pasión y la misma vida sin haber considerado jamás una de estas recetas. Se acabó. Voy a elaborar un filtro amoroso con el que sucumbieron unos y otras en los brazos de sus amantes. Una receta que he encontrado, a la que voy a incorporar algún ingrediente más, que haga aún más insoportable su capacidad. Hubiera preferido que la receta fuese un dulce o un maravilloso plato de invierno, con esos productos de otoño de virtudes únicas. Con el aroma y sabor de los bosques de hoja caduca, de lo que corre o vuela entre ellos: pintada, faisán, becada, jabalí, ciervo… trufa. Capón (que contradicción ¿no?) o langosta, colas de cangrejo… o tuétano, criadillas de toro… Nada me hubiera gustado más que cualquiera de estos productos, pero todo sea por la ciencia. Droga dura, un coctel explosivo y ardiente, con ingredientes mágicos capaces de tumbar al más reacio/a. Allá va: Vino afrodisíaco.

  • 1l. de vino blanco
  • 30 gr. de vainas de vainilla
  • 30 gr. de canela
  • 30 gr. de ginsen
  • 30 gr. de ruibarbo
  • 5 gr. de jugo de ámbar
Macerar durante 15 días todos los ingredientes menos el jugo de ámbar. Revolver la mezcla a diario. Finalizados los 15 días, añadir el jugo de ámbar y conservar en botella. En un ¡más difícil todavía!, como si todo esto fuera poco. En un alarde de inconsciencia circense y sin valorar las fatales consecuencias que pudieran tener, voy a añadir otros ingredientes, para hacer que el brebaje incremente el deseo hasta pensamientos insoportables. No quiero ni pensar ¡qué será de mí! Pordiospordiospordios.
  • 30 gr. de jengibre
  • 6 granos de pimienta de Madagascar
  • 6 clavos
  • 1 pimienta de cayena
Menos mal que la receta no tiene ralladuras de cuerno de chotuno o huevo de cuadrúpedo. Al menos hemos eliminado la sal gorda. Una pena que los de gallina no estén en la receta, porque los de gallina también ponen. Me los hubiera comido encantado. En el próximo capítulo les contaré la elaboración, porque la mayoría de los ingredientes los tengo en casa. El problema es dónde encuentro el jugo de ámbar… porque el ruibarbo espero encontrarlo sin dificultad, he hecho compota más de una vez. Veremos.   Alfredo Franco Jubete

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